lunes, 3 de noviembre de 2008

Lo sagrado y lo profano


Soy sagrado y soy profano. Por eso hoy regresé dos veces a Brideshead. La primera lo hice a lomos de la novela que Evelyn Waugh publicara en 1945, posiblemente la única manera decente de entrar por sus puertas. La segunda a costa de la nueva adaptación que el director de 'La joven Jean Austen', Julian Jarrold, ha realizado para el cine. En el camino me dejé una tercera, la fastuosa adaptación televisiva de la teológica obra del escritor inglés que se vio en la pequeña pantalla allá por 1981. Jeremy Irons y Laurence Olivier. Lo profano y a veces lo sagrado. Importa poco cómo se vuelva a Brideshead, lo importante es tomar el coche de Sebastian y dejarse emocionar por las hojas de los limeros y la cúpula de la mansión inglesa (para siempre en la retina el castillo de Howard, en Yorkshire) desde la que la tataraabuela Flyte viera los fuegos encendidos celebrando la victoria de Trafalgar. Es curioso cómo se puede sentir melancolía y emoción por un paisaje de ficción y cómo, al regresar una y otr vez, echas de menos la fuente donde nadar desnudo, la cena en el salón y las copas de champán abiertas en pleno campo. Soy consciente de que la gente se aburre con estas expresiones de sofisticación tan ajenas. Quedan ya pocos héroes. Aquellos con capacidad para mantener los ojos abiertos y sentir la inmensa culpa de Ryder por amar a la católica Julia Flyte subiéndole por los pies. Mientras viajo en el autobús me preguntó incesantemente por qué me interesan más las vidas de esos dandys británicos preocupados por aspectos morales que las bostezantes y pálidas conversaciones de móvil que entreoigo.Vivo entre lo profano y lo sagrado, pero si puedo elegir me quedo ahí, en Brideshead, agazapado a los pies de lady Marchmain o entre los criados, uno más con los ojos abiertos en medio de la decadencia y la guerra. Elijo lo sagrado. Sé que no será en vano.

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